Pasó semanas a la deriva, lo rescataron por las Malvinas y está anclado en el Puerto del Buceo de Montevideo desde hace 14 años: la historia del velero Kuenda
El óxido carcome poco a poco el acero alemán. No menos de siete gaviotas se posan sobre sus bordes. El Kuenda ganó premios en competencias de veleros y cruzó dos veces el Atlántico, pero hace 14 años no ha vuelto a navegar.
Cuando un pesquero español lo encontró cerca de las Islas Malvinas en mayo de 2008 fue noticia para los portales de Tierra del Fuego. El velero iba vacío, a la deriva desde el 23 de abril. Las estaciones de la Prefectura argentina habían alertado aquella tarde de la prestigiosa embarcación que iba remolcada por el vendaval y las olas a una decena de millas de de las Islas de los Estados, a medio camino entre el sur argentino y las Malvinas.
Al dueño, Alejandro Morand, le avisaron el 14 de mayo que el Kuenda iba camino al puerto de Montevideo. El pesquero español de la agencia Lersol vació allí el agua que por tres semanas había estado trepando a las instalaciones desiertas del velero, y lo trasladaron al puerto del Buceo para decidir su destino.
“Nunca supimos quién, pero alguien había estado en el velero cuando estaba en altamar, y se había llevado cosas de adentro, como un estante”, recordó Javier Barros, directivo de la agencia marítima que hizo el nexo con el pesquero español. El palo mayor de 20 metros se había partido casi a la mitad, y la mesana –el mástil más próximo a la proa– se había perdido en las frías aguas australes.
Cuando hay un hallazgo en altamar, el barco extraviado pasa a ser propiedad de quien lo encontró. El capitán del pesquero y Morand negociaron el precio. Los españoles pidieron 100 mil euros, pero el dueño logró dejarlo en 30 mil. Ahí, en las inmediaciones del puerto del Buceo, a una decena de metros de la orilla, quedó anclado hasta hoy.
El velero nunca estuvo abandonado, y su mensualidad como “transeúnte” ha estado al día desde entonces, informaron desde el Yacht Club del Uruguay, que administra el puerto deportivo. De vez en cuando recibe la visita de Morand o de Alberto Forgués, su contacto en Montevideo. “El barco lo tengo y lo mantuve con un costo muy elevado para lo que es los precios de la Argentina”, relató el propio dueño a El Observador.
“Sigo con la idea de recuperarlo. De hecho, el mes que viene va un amigo a iniciar reparaciones. Le cambié el motor hace tiempo. La idea es conseguir algún inversionista, vender un porcentaje del barco, tal vez un 45%, y ponerlo en orden”, aventuró. “Una estimación que tengo, sin haber visto el barco más que en fotos, es que la restauración serán unos US$ 150 mil”, calculó.
El argentino, que es médico cirujano, prevé realizar un “proyecto turístico” basado en chárters desde el Cabo de los Hornos hasta la Antártida, una propuesta para la que considera hay “muchos franceses e italianos interesados”, y que permitiría recuperar la totalidad de la inversión en una sola temporada.
Lejos de los muelles poblados del puerto del Buceo, el velero permanece anclado desde hace 14 años. Gustavo Coll recuerda haberlo visto navegar cuando era niño, mucho antes de ser el comodoro del Yacht Club, responsabilidad que culminó pocos meses atrás. “El Río de la Plata es muy chico. Cuando vivís toda tu vida en esto, los barcos no te pasan desapercibidos, y ese velero nunca pasó desapercibido en el Río de la Plata”, apuntó el exdirectivo.
“Es un hermoso barco, de hermosas líneas que, lamentablemente, está en avanzado estado de deterioro. Es un velero muy bien diseñado, y su aparejo de dos mástiles lo hacen muy versátil para andar en el océano”, analizó. “Es un dolor”, lamentó.
Fue noticia
Arturo Acevedo, dueño de la siderúrgica argentina Acindar, no escatimó en costos a la hora de fabricar el Kuenda hace más de 50 años. “Para que un dueño de los aceros de Argentina vaya a importar los de Alemania, imaginate”, bromeó Morand.
El Kuenda ha sido definido como “un pionero en su tipo”, por el sistema de quilla y orza, con un calado de más de tres metros bajo la superficie. El velero había partido el 19 de abril de 2008 desde Cabo de los Hornos hacia la Bahía Aguirre, el extremo este de Tierra del Fuego. A bordo iban tres tripulantes, entre ellos el dueño.
Sin esperarlo, la peripecia motivaría meses más tarde un documental emitido por el canal Bucanero TV. Aquel 19 de abril era un “día excepcional de sol”, como contó el propio dueño para ese reportaje. El plan consistía en aguardar por el buen tiempo en Bahía Aguirre antes de zarpar al Estrecho de Le Maire, que conecta al sur argentino con la Isla de los Estados. La idea de los tripulantes era pasar una semana en el lugar.
De pronto unos nubarrones anunciaron el vendaval. Morand estaba “cocinando algo” en la cocina interior del velero cuando una fuerte ráfaga enredó un cabo en una hélice del motor, provocando que perdiera propulsión y se detuviera.
En esa deriva tormentosa, imposibilitados de maniobrar con facilidad y aguardando que la tempestad amainara para poner rumbo final, estuvieron hasta el 22 de abril. Ese día ocurrió, de acuerdo al relato de Morand, un parteaguas. “Gabriel (uno de los miembros de la tripulación) entraba ya en reacciones cercanas al pánico.(…) Se negaba a ir a Malvinas y, a las 9:30 de la mañana del martes, en una situación que realmente se descontrola, me dice a gritos que yo estaba considerando únicamente a mi barco. Viendo a una persona totalmente fuera de sí y a punto de entrar en pánico, primó mi criterio de médico. Ahí temí realmente por mi vida; no
porque el barco no estuviera en condiciones, sino porque, cuando una persona entra en pánico, uno no sabe nunca qué puede pasar”, planteó.
Morand abrió los canales de comunicación, y se declaró en emergencia. El rescate lo hizo el buque de Ushuaia, el Centurión del Atlántico, mientras el oleaje hacía golpear las corazas de ambas embarcaciones, acentuando y achicando en seis metros la altura entre uno y otro con cada arremetida. Las inclemencias del clima obligaron a atarse un arnés antes de saltar a la escalerilla que tendía por su costado el Centurión del Atlántico.
El buque había tenido que bajar alrededor de unas 15 toneladas de su carga de aceite antes de lanzarse a la maniobra. Desde el Centurión ya habían avisado a Morand que remolcar el velero sería tarea ardua. Los marinos ataron al Kuenda, pero la tempestad no tardó en hacer zafar las amarras. “Lo siguieron a ver si bajaba la intensidad del viento, pero fue imposible. En la noche desistieron. Ahí fue la última vez que lo vi, antes de verlo de vuelta en Montevideo”, contó el dueño.
Casi tres semanas estuvo a la deriva. La Prefectura pasó la alerta. El 6 de mayo lo vieron a 255 millas náuticas al este de la ciudad de Río Gallegos. Unos días más tarde, un pesquero español se lo topó en su travesía, cerca de las Malvinas. El velero fracturado no tardaría en desembarcar en el Buceo, donde sigue aguardando por un futuro incierto.
Fuente: El Observador