Mascarón de proa de la emblemática Fragata ARA Libertad

Casi desde los mismos orígenes de la navegación el hombre ha adornado las proas de sus buques con diversas figuras que, según las épocas, culturas y fines a destinar a la nave, han sido muy variadas. Partiendo de la base de que los marinos siempre han tenido un gran respeto por la mar, éstos se han encomendado siempre a imágenes religiosas

Sin estar perfectamente definido, parece ser que esta tradición se remonta a una costumbre de efectuar un ritual de sacrificio de animales en el acto de la botadura de las naves para que estas fueran del agrado de los dioses y gozaran de su infinita protección.

Mascarón de proa del buque-escuela "Juan Sebastián de Elcano"

El colofón de este rito, justo antes de procederse al lanzamiento al agua de la nave, era colocar sobre lo alto de la roda la cabeza del animal sacrificado por ser la parte más prominente, costumbre que fue evolucionando paulatinamente. Así, los navíos de guerra de los asirios portaban un espolón que era una prolongación de la quilla, usado como ariete para embestir a los buques enemigos. Este artilugio solía estar labrado, representando desde animales salvajes terrestres, cabezas de osos, lobos, jabalíes o similares, hasta pacíficos como los delfines o imaginarios monstruos marinos.

Mascarón de proa del buque-escuela «Cuauhtémoc» (México)

Los noruegos creían que al enemigo se le debía intimidar por el aspecto feroz de sus naves, por lo que los barcos escandinavos se decoraban a proa y popa con imágenes que causaban miedo o terror, entre las que sobresalían por encima de todos el dragón, legendario monstruo desconocido y quizá por ello, más terrible.

Mascarón de proa del crucero de turismo velero «Royal Clipper»

Los normandos, por su parte, decoraban las proas de sus naves con cabezas de guerreros o animales perfectamente talladas y pintadas para dar sensación de vida, y otros muchos pueblos, que desde los albores de la navegación tuvieron la costumbre de decorar las proas de sus buques, práctica que se hizo extensiva a cualquier época y cultura. Esta práctica tuvo su punto álgido en el siglo XVII, en el que el lujo en la ornamentación externa de los buques alcanzó su máximo esplendor, como lo demuestran las pinturas que han llegado hasta nuestros días y en las que se aprecian colosales imágenes de madera que representan desde sirenas, tritones o ninfas hasta figuras alegóricas como la esperanza o la justicia, adornando las bordas, proas y popas de las grandes galeras.

Mascarón del buque-escuela «Guayas» (Ecuador)

Asimismo, durante el siglo XVII y comienzos del XVIII, las galeáceas –tipos de galeras más grandes y de propulsión mixta a remo y vela– poseían importantes adornos sobre el tajamar. Las naves, de líneas elegantes, y todas ellas que arbolaban velas eran realzadas con esculturas, algunas de ellas de notable valor artístico. En España, grandes imagineros, nacionales y extranjeros, artistas en los retablos de las iglesias también trabajaron sobre los tajamares de los buques. Los astilleros vascos, cántabros, gallegos, asturianos, andaluces, levantinos, mallorquines y catalanes usaban artesanos para convertir un tronco de árbol en un mascarón a la carta que representase la figura que quisiera el dueño de la nave. Generalmente se usaba el cedro por ser madera abundante en la época y poco propensa a la carcoma.

Mascarón del buque-escuela civil «Gunilla» (Suecia)

A finales del siglo XIX apareció la propulsión mecánica y empezó su declive. Lo que hasta ese momento era parte inherente al casco comenzaba a ser un estorbo y dejaron poco a poco de tallarse mascarones. Hoy día ostentan mascarones unos pocos buques que aún tienen en la vela su principal propulsión. La mayoría son buques-escuelas de Armadas. En España solo el buque-escuela “Juan Sebastián de Elcano” pasea un mascarón de proa aunque el que porta no es el original ya que pasado el tiempo obligó a sustituirlo varias veces. El actual consiste en una figura femenina que representa la diosa romana “Minerva”, símbolo del conocimiento y la sabiduría, con el escudo acuartelado de Castilla y León a sus pies, que es a su vez, el tradicional de la Armada Española representando a España en su conjunto.

Mascarón de proa del buque-escuela «Christian Radich» (Noruega)

Los mascarones son hoy el grato recuerdo de algo que formó en su día parte importante del arte naval y que constituyeron una de las más entrañables tradiciones. Existe constancia de que en otros tiempos incluso se llegaban a aserrar literalmente de los tajamares como trofeo de guerra cuando un buque caía en manos del adversario. Era más codiciada para el vencedor que la propia bandera del barco vencido.

Mascarón de proa del buque-escuela «Mircea» (Rumanía)

De cualquier manera sirva este artículo como un sencillo homenaje a los miles de mascarones que han surcado los mares a lo largo de la Historia, esos mascarones que algún poeta llegó a definir como “expresiones nómadas del arte” y que durante siglos se enseñorearon cabalgando sobre los tajamares de los buques, unos con actitud desafiante, otros semejando que tiraban del barco remolcándolo, mascarones de los que solo una pequeña parte ha llegado hasta nuestros días y que hoy exhiben orgullosos los museos navales y las colecciones privadas. Quizá, el hecho de ser muy pocos los mascarones que han llegado hasta nosotros, haga que sean por ello más venerados que si se encontraran en gran número, hacinados en las salas de los museos.

Fuente: Puente de Mando

Mascarón de proa del buque-escuela «Esmeralda» (Chile)

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