El enorme coloso de acero de 53 metros de altura es el único de América y uno de los ocho que quedan en el mundo. Inaugurado en 1914 -cuando todavía no había comenzado la Primera Guerra Mundial-, estuvo a punto de ser desguazado en los años noventa. Hace un año volvió a funcionar uniendo ambas orillas del Riachuelo.
El transbordador Nicolás Avellaneda es el símbolo de la llegada de la revolución industrial en el país, y por eso está ubicado entre ambas márgenes del Riachuelo, donde prosperaron las fábricas y los depósitos que permitían trasladar los productos argentinos a todo el mundo. Es un un coloso de metal con torres de 53 metros de altura, que recorre una barquilla para transportar gente desde el continente a la isla Maciel Estaba parado desde 1960 y volvió a la actividad en octubre de 2019, en medio de una campaña para que la UNESCO lo declare patrimonio de la Humanidad.
El proyecto adquirió nuevos bríos en los primeros días de enero, cuando quedó conformada la Asociación Mundial de Transbordadores que reúne a los puentes de este tipo que aún sobreviven en el mundo: que son apenas ocho, aunque los ingleses están aún en vías de sumarse. “La idea es tener personería jurídica para realizar una presentación conjunta. Ya trabajamos en eso con España. Alemania y Francia y el Reino Unido que todavía no integra la entidad pero está interesado en el tema”, adelanta Gabriel Lorenzo, secretario ejecutivo de la Fundación por La Boca.
Un coloso de acero
La historia documenta que el transbordador surgió a principios del siglo XX cuando la actividad comercial e industrial en el barrio de La Boca era incesante y en ambas orillas de la desembocadura del Riachuelo se aglomeraban las fábricas, los frigoríficos y los astilleros y había circulación constante de barcos y de trabajadores.
En 1908, el Gobierno nacional autorizó a la empresa Ferrocarril del Sud a construir un puente transbordador que conectara el barrio de La Boca (Ciudad de Buenos Aires) con la Isla Maciel en el municipio de Avellaneda (provincia de Buenos Aires). Costó 100.000 libras esterlinas y fue solventado por la provincia.
Llegó separado en partes, en barco, desde Inglaterra y su ensamblado demoró unos tres años en los cuales también se construyeron los cimientos de las torres que están sumergidos a 24 metros de profundidad. La obra fue inaugurada el 30 de mayo de 1914, con el nombre de Puente Transbordador Nicolás Avellaneda. Durante años el puente no sólo permitió el cruce de personas y carros, sino también del tranvía, que atravesaba el Riachuelo montado en la barcaza.
En 1940 se inauguró un nuevo puente Nicolás Avellaneda apenas a 100 metros del transbordador, que lleva el mismo nombre. Y en 1960, la barquilla que iba de uno a otro lado dejó de funcionar.
En la década del noventa, durante el gobierno de Carlos Menem se ordenó el desguace y la venta como chatarra pero la oposición de vecinos y referentes de la zona hizo que se desactivase.
En 1995 la ciudad de Buenos Aires lo declaró sitio de interés cultural y en 1999, tanto el puente como las dos riberas, entran en la lista de monumentos históricos nacionales.
La recuperación y la identidad
A partir de 2004, con la creación de Acumar y el plan de recuperación del Riachuelo, comenzaron a estudiarse proyectos para rehabilitar el viejo transbordador, que tomaron nuevo impulso en 2012 cuando se descubrió un túnel cruzando el río a 28 metros de profundidad, que permitiría el traslado de un gasoducto que pasaba por la estructura del transbordador.
En diciembre 2018, recibió el Emblema del Escudo Azul de la Unesco, un reconocimiento cuyo objetivo es proteger el patrimonio cultural de las naciones en casos de conflictos bélicos y desastres naturales, para que sean conservados y restaurados.
“Ahora proponemos poner en valor la zona, generar actividades en conjunto con Avellaneda, que es la localidad que queda en la otra orilla. Estamos armando un museo del puente que documente su historia junto con Acumar. Proponemos mejorar la iluminación y recuperar la navegabilidad para que la zona pueda integrarse a los circuitos turísticos”, enumera Lorenzo e insiste que todas esas iniciativas no podrían estar en el horizonte si Acumar no hubiese avanzado con la limpieza y el saneamiento. “No están los 60 barcos hundidos, ni las montañas de basura”, gráfica.
Desde Acumar coinciden en que el puente comenzó a funcionar con un esquema de emergencia para reemplazar en la pandemia a los boteros que hacían el traslado de la gente de la isla. “La idea es que funcione los fines de semana y los feriados a modo de paseo. Que haya ferias artesanales de artistas locales, oferta gastronómica y así generar también trabajo”, sintetiza Suárez, coordinadora de Cultura y Patrimonio.
“El transbordador es parte de la identidad tanto de La Boca como de la isla Maciel”, asegura Silvana Canziani, de la Comisión de Vecinos de la Calle Irala y adyacencias, quien recuerda que la silueta del puente está en las paredes de las calles del barrio, los menúes de los restoranes y las postales y recuerdos turísticos. “Cuando el puente cumplió 100 años hicimos una gran muestra con figuras en fibrofacil del transbordador que intervinieron distintos artistas. Estuvo expuesta en distintos lugares como La Usina del Arte y la Casa de la Cultura de Avellaneda y armamos un video para enviarlo a las ciudades donde hay transbordadores con las que tenemos contacto”, cuenta la vecina e invita a visitar el sitio de la muestra para adentrarse en la mística del coloso de metal que se eleva 53 metros sobre el Riachuelo.
Fuente: Telam