El mal de mar. Pocos son los afortunados que nunca han pasado por esta experiencia. Marearse es uno de los efectos adversos que produce el embarcarse, y a pesar de que es por todos conocido, merece un análisis y un estudio para intentar evitarlo y combatirlo.
El mareo por movimiento es un trastorno del equilibrio que padecen la mayoría de las personas que navegan, y la sufren, la han sufrido o la sufrirán todo tipo de navegantes. Sólo se conocen contadísimas excepciones de personas que nunca se hayan mareado, a las que no hay que confundir con las que ya no se marean, después de haberse habituado al movimiento, pero que en sus inicios sí que lo sufrieron. Afecta al sentido del equilibrio y a la orientación espacial.
Síntomas
Los efectos iniciales pueden variar de una persona a otra. Suele iniciarse con una sensación de incomodidad, seguida de un claro desinterés por lo que ocurre, excesiva salivación y eructos, y somnolencia con bostezos continuados.
Las cosas se complican cuando ya aparecen las náuseas, la palidez, el sudor frío, desencadenándose los vómitos definitivos más o menos violentos, con un cuadro final de postración y aletargamiento.
Tratamiento
Según las guías médicas, las personas que se marean deben seguir un tratamiento preventivo con antihistamínicos o parches de escopolamina, bajo prescripción médica. En nuestro país es sin duda la Biodramina el medicamento estrella que todo navegante ha utilizado en alguna ocasión. Se puede adquirir con cafeína para paliar los efectos secundarios del medicamento que producen sueño si se requiere atención o se ha de colaborar en la navegación.
Cuando ya nos hemos mareado
El mayor peligro del tripulante mareado es la caída por la borda. El mareo suele aparecer con mal tiempo y con escora pronunciada, por lo que un navegante mareado es una víctima potencial. El patrón y el resto de la tripulación se cuidarán de sujetar al afectado, o sencillamente le prepararán un balde para que pueda devolver con comodidad. Todo el mundo en cubierta debería llevar arnés cuando las condiciones son malas, pero les recuerdo que un tripulante mareado suele salir disparado del interior, sin arnés, con unas ansias kamicazes de lanzarse a la borda y vomitar.
Si el tripulante no está definitivamente mareado es un buen consejo darle tareas sencillas en cubierta. Llevar el timón es una de ellas. Esta casi nunca suela fallar si los síntomas todavía no son muy graves. Ayuda a distraerlo, y los que es mejor, a fijar la vista en el horizonte, lo cual ayuda a equilibrar toda la caótica información que están recibiendo sus sensores. No es conveniente que lleve el timón mirando al compás. El horizonte… ha de fijar su vista en el horizonte.
Si el tripulante es incapaz de realizar cualquier actividad, es conveniente tumbarlo sobre una litera a sotavento, en el lugar más estable del barco. Se ha de luchar contra la manía que tienen de quedarse en cubierta.
Mi experiencia.
Lo primero es derribar el mito de que los navegantes no se marean: lo que ocurre es que los marinos se amarinan, es decir, acaban por acostumbrarse a los movimientos del barco.La mejor demostración de esto es el posterior mareo en tierra. Cuando se llevan muchos días navegados, al llegar a tierra es normal notar una extraña sensación de balanceo. Sencillamente es que el cerebro se está acostumbrando de nuevo a la falta de movimiento. Suele durar poco y casi nunca produce mareo.
Otra demostración de lo mismo es que las personas muy habituadas a navegar saben que después de un largo período sin navegar, durante los primeros días en el mar puede aparecer el mareo. El cuerpo ha perdido la práctica y tiene que volver a habituarse.
¿Cuánto tarda el cuerpo en amarinarse? Depende. Si las condiciones ya son muy malas nada más salir, no es que nos amarinemos, es que nos marearemos y tendremos que superarlo. Lo ideal es que se inicie la navegación con buen tiempo y el cuerpo se vaya acostumbrando a un movimiento progresivo. Durante la regata alrededor del mundo, después de descansar un mes en tierra tras la etapa anterior, sabíamos que durante los tres primeros días de la siguiente travesía la tripulación se estaría amarinando. Tres días no es una mala cifra.
También depende mucho de los trabajos que se realicen a bordo. El navegante tiene que fijar la vista en libros, cartas, la electrónica, el cocinero tiene que concentrase en la cocina con movimientos bruscos. Pero lo peor de todo es ponerse a trabajar, boca abajo, para desatascar un filtro de gasóleo. Si el barco está en claro movimiento, en esta operación suelen caer hasta los más avezados marinos.
Otra cosa es cómo se reacciona frente al mareo. Las primeras veces deja fuera de combate, pero uno se va acostumbrando. Algunos navegantes no es que no se mareen, sino que se han acostumbrado a trabajar estando mareados. Y aquí un aliado excelente es la responsabilidad. Cuando se es patrón, o jefe de guardia, o responsable de otros tripulantes, frente al peligro o el mal tiempo, el mareo se pasa de golpe, o sencillamente se ignora. He visto a muchos buenos tripulantes vomitar mientras se arría una vela, o mientras le dan vueltas al chigre, o se consulta la carta con un balde a pie de la mesa de cartas. Por si acaso.
Un factor del que no hablan las guías médicas es del contagio. El mareo es contagioso, y cuando un tripulante vomita, varios suelen ir detrás. La situación más hilarante es cuando se hace una regata, y durante la ceñida el tripulante que está sentado a barlovento vomita, y no le da tiempo de hacerlo a sotavento, manchando así a sus compañeros con el regalito. Eso hace que otros repitan la maniobra de vomitado al no poder evitar las náuseas y arcadas. El consuelo es que, como suele hacer mal tiempo y se lleva ropa de aguas, los rociones limpiarán a navegantes y cubierta. Pero es una experiencia que mueve a la humildad y al compañerismo.
El factor psicológico
Me molesta especialmente cuando los “veteranos” ridiculizan a los novatos que se marean. Esto se da en ocasiones en el mundo de la regata. Después he visto a más de uno de esos veteranos que se ha venido abajo en condiciones de temporal, cuando el frío, el agotamiento, la humedad constante y los días se suceden uno tras otro y parece que nunca amainará. Todos nos hemos mareado alguna vez, y es bueno explicarlo.
Excepto esos pocos privilegiados que he conocido que nunca se marean, la mayoría lo que necesitamos es amarinarnos, para poder disfrutar así de uno de los mayores placeres que sentirá el navegante; formar parte del barco, moverse a son de mar sin sentir rechazo, y llegar a convencer al cerebro de que, lo normal, lo natural, es balancearse, deslizarse sobre las olas. He visto navegar a mis hijos y otros bebés durante una dura ceñida amarrados a su cuna durmiendo con cara de felicidad. Estaban en su medio. Eran felices. Cuando conseguimos eso de adultos es que ya nos hemos amarinado.
Fuente: Nautica y Yates