Raúl Álvarez, un buceador aficionado, se dedica a eliminar del fondo marino aparejos de pesca perdidos.
Cuando acabe de leer primera la frase de este reportaje se habrán perdido o abandonado en el fondo marino unos 100 kilos de redes de pesca. Se estima que cada segundo caen al fondo del mar unos 20 kilos de estos aparejos en el mundo. Y en un año, la friolera de 640.000 toneladas, según Naciones Unidas. Son redes que no se degradan y que se convierten en una trampa mortal para la flora y la fauna, que queda sepultada o atrapada en esas telarañas, una suerte de cementerios en el mar. “Cuando un pez se engancha en la red muere; cuando un cangrejo, langosta o carroñero acude a la red a comerse los restos, quedan atrapados y también mueren; cuando otro pez se los quiere comer, se engancha… Es un ciclo de muerte continuo”, explica Raúl Álvarez, buceador que en sus ratos libres se dedica a buscar, notificar y extraer aparejos de pesca perdidos esparcidos en el mar.
“La arena que hay alrededor de esas redes fantasma es completamente negra, es la materia de esos seres vivos en descomposición”, explica este submarinista que antes de descubrir la inmersión tenía otros planes: trabajó de ingeniero electrónico industrial, de administrador de sistemas informáticos, de programador de videoordenadores, de fotógrafo… hasta que hace 14 años se aficionó al buceo, que ahora es su medio de vida. Actualmente, dirige el centro de buceo Krakendive de Tossa de Mar, sede en España del proyecto Ghost Diving, una iniciativa global para la extracción de artes de pesca abandonadas.
“La arena que hay alrededor de las redes fantasma es completamente negra, es la materia de los seres vivos en descomposición”, explica Álvarez
Desde el 2014 él y aficionados al buceo implicados en la conservación de los mares han retirado más de dos toneladas de artes de pesca en España, más de 500 en todo el mundo. Las últimas intervenciones se han llevado a cabo en la zona de la Roca Muladera de Tossa de Mar.
Álvarez explica que decidió convertirse en un exterminador de redes fantasma cuando a diario observaba en sus inmersiones multitud de artes de pesca abandonadas. “Sabemos que llegan ahí porque los pescadores las pierden o se les enrocan o porque los furtivos las abandonan cuando son sorprendidos”, explica. “Pero mi pregunta era ¿por qué nadie hace nada para retirarlas?” Fue así como inició una labor que considera un “sacrificio necesario”. Cada extracción supone tiempo y dinero, entre 600 y 1.000 euros.
Las redes a la deriva afectan a animales como delfines, ballenas, tortugas o cualquier tipo de pez. Si el arte de pesca se fija sobre un fondo de arena, arrasa praderas de posidonia, una especie protegida, así como corales o gorgonias. Y si se fija en el arrecife, es muerte asegurada para muchos animales que viven en las rocas como anémonas, corales o langostas. Álvarez recalca que “los enemigos no son los pescadores” que les avisan cuando pierden alguna red, sino el material con el que está hecha”. “Antes de 1950 eran biodegradables, de cáñamo o algodón, ahora la mayoría son de plástico, de nylon, un material más duradero y barato”, explica. “Nunca se degradan, sino que se transforman en microplásticos que acaban introducidos en la cadena trófica contaminando los seres vivos y entornos”, agrega.
Las redes recuperadas tienen fines decorativos. Pero también pueden ser nichos de vida. Uniendo una nasa, un aparejo destinado a la captura de crustáceos, y el nylon de una red el proyecto dirigido por Álvarez ha creado un colector larvario que consigue atrapar las larvas de la nacra, una especie de mejillón gigante típico del Mediterráneo que se encuentra en peligro de extinción desde que hace unos cinco años apareció un protozoo parásito que le ataca el sistema digestivo. Redes que en este caso sí salvan vidas.
Fuente: La Vanguardia