Se presentó plan para asegurar calidad de playas para promover deporte y turismo; se hará experiencia piloto en Canelones, Maldonado y Rocha.

Se estima que hay, al menos, unos 20 mil surfistas en Uruguay, a los que hay que sumarles deportes similares como kitesurf, stand up paddle y windsurf. Aunque la costa tiene 670 kilómetros de largo, no todas las playas cumplen los requisitos de buenas olas. Pero, con todo, Uruguay es el sexto país con el mayor número de “spots de surf” en América del Sur, de acuerdo con un mapeo internacional realizado en 2016 entre 5.000 playas del mundo; en concreto, tiene 24.

Entonces, “¿por qué no amalgamar el surf con el desarrollo costero y el turismo en Uruguay?”, se preguntó el diputado colorado Eduardo Elinger con expertos medioambientales y surfistas profesionales. La respuesta dio puntapié a la creación del Programa Uruguayo de Reservas de Surf (PURS), que se inspira en una iniciativa brasilera y el internacional World Surfing Reserves, que tendrá tres planes pilotos: en un punto de Canelones, de Maldonado y de Rocha. En estos lugares, el surf será un engranaje más para la concreción de planes locales de manejo costero y recursos hídricos, disposición de residuos marinos y control de floraciones de algas nocivas, así como también para la mitigación y adaptación al cambio climático.

“Las reservas de surf sirven como modelo para preservar los ecosistemas costero-marinos, al tiempo que resultan ser un atractivo turístico y económico. El surf es una de las actividades turísticas más lucrativas y productivas”, dijo Elinger a El País.

 

 


Por ejemplo, para este deporte hay que garantizar calidad y frecuencia de las olas, calidad del agua (sin contaminación ni medusas ni cianobacterias), belleza paisajística y servicios públicos en las localidades aledañas. Por ejemplo, si una rompiente resulta alterada por la acción del hombre, es necesario establecer medidas compensatorias o evaluar la pérdida causada.

El aumento de construcciones sobre la franja costera afecta directamente la calidad de las olas. Es conocido el caso de Piriápolis, donde la construcción de espigones en la playa céntrica con el fin de disminuir el retroceso de la línea de la costa modificó el dinamismo del oleaje, favoreciendo los efectos erosivos. El resultado es una playa angosta que queda sumergida durante las crecientes aunque con buenas olas, pero que convierte a la práctica del surf en algo inseguro. O en Aguas Dulces, donde la construcción de casas de veraneo muy próximas a la playa, alteró la distribución de la energía del oleaje, dando lugar a una intensa erosión. También influye la forestación, la extracción de arena, entre otras actividades.


La frecuencia de marejadas que producen olas surfeables se ve alterada, a su vez, por el cambio climático y fenómenos meteorológicos extremos.

El proyecto, además, entiende al surf como herramienta terapéutica e integradora que contribuye a promover hábitos de vida saludables y que logra romper las barreras sociales. “Se tiene el preconcepto de que es algo elitista y es todo lo contrario; también genera un fenómeno de inclusión”, añadió Elinger.

El turismo de surf aporta aproximadamente US$ 50 mil millones a la economía mundial cada año. De acuerdo con el documento del PURS, esto puede equivaler a una contribución en algunos destinos turísticos, en promedio, entre US$ 18 millones y US$ 25 millones anualmente. Un informe de Global Industry Analysts Inc. estima que solamente el segmento de vestimenta y equipamiento (tablas, trajes y accesorios), alcanzó los US$ 13 mil millones en 2017.

El Programa Uruguayo de Reservas de Surf ya fue presentado en el Ministerio de Turismo en donde se tendrá una segunda reunión en las próximas semanas. Se hizo en conjunto con la Unión de Surf del Uruguay y activista ambientales de Playa Verde y Piriápolis. Luego se elevará a la Secretaría Nacional del Deporte y al Ministerio de Medio Ambiente.

Fuente: El Pais

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