Carolina de Mónaco y Stefano Casiraghi

Trataba de revalidar el título de campeón del mundo cuando murió en plena carrera en el mar. Stefano Casiraghi dejó desconsolada a Carolina de Mónaco y resucitó la leyenda de la maldición de los Grimaldi.

La leyenda era eso, una leyenda, hasta el trágico fallecimiento de Grace Kelly, en un accidente de coche en 1982, con solo 52 años. Aquella tragedia no solo hundió a Rainiero y sus hijos en un profundo dolor. Afectó a todo el Principado, que perdía a su princesa más querida, y resucitó la maldición de los Grimaldi, según la cual ningún matrimonio sería jamás feliz en la primera familia monegasca. Desde entonces, esta suerte de mal de ojo parece haber calado en la vida marital de los tres hijos de Rainiero. Ni Carolina ni Estefanía ni Alberto parecen haber tenido una vida conyugal precisamente dichosa. ¿Está Mónaco maldito?

Cuenta la leyenda que la maldición se originó en el siglo XIII, cuando el príncipe Rainiero I secuestró y violó a una joven que, en venganza, lanzó el siguiente sortilegio: «Que ningún Grimaldi encuentre jamás la felicidad en el matrimonio». Rainiero III sí fue feliz, pero sufrió una dicha truncada por la muerte prematura de la princesa de Mónaco, Grace Kelly. Algo parecido, si no peor, le sucedió a su hija Carolina, quien tampoco ha encontrado gozo duradera en ninguno de sus matrimonios.

Podemos descartar el primero, un capricho de juventud que terminó prácticamente cuando empezaba: Carolina se casó con Philippe Junot en 1978 y se separó en 1980. Entonces, la hija mayor de Grace y Rainiero era considerada la princesa rebelde de Europa, con una agitada vida sentimental que solo se detuvo ante el que sería su gran amor, Stefano Casiraghi. Con este empresario y deportista se casó en 1983, a los 30 años, y tuvo a sus tres hijos mayores: Carlota, Andrea y Pierre.

Hoy tenemos razones de sobra para seguir sosteniendo la leyenda de la maldición de los Grimaldi, pues hemos ido viendo cómo la vida sentimental de Carolina de Mónaco quedaba destruida por el fallecimiento de Stefano Casiraghi en 1990, tras solo siete años de matrimonio, y luego por Ernesto de Hannover, el padre de su cuarta hija, la princesa Alexandra, y también un alcohólico irredento. Además, Estefanía no ha logrado la felicidad en sus cuatro relaciones importantes y Alberto y Charlène tampoco parecen encontrar una estabilidad.

Sea como fuere, en los años dorados del matrimonio Casiraghi Grimaldi nadie se acordaba de la maldita leyenda, aunque la sombra del fallecimiento de la princesa Grace seguía siendo alargada. Stefano y Carolina encarnaban el matrimonio ideal, la vida perfecta y la familia soñada por cualquiera, con lo que era imposible pensar en que ninguna nube cruzara los días de una pareja que no podía ser más bella, rica y famosa.

Stefano Casiraghi ya era un consumado deportista cuando conoció a Carolina, en el verano de 1983, aunque no comenzó a competir como profesional hasta 1984. Provenía de una acaudalada familia de emprendedores del carbón del norte de Italia y los que le conocían le describían como un hombre elegante, generoso, serio pero divertido, culto y que sabía cómo cuidar y amar a las mujeres. Una antigua novia le describió como una persona con «profundos valores y un gran sentido de la familia», tanto como para meterse en el bolsillo a Rainiero y Alberto desde el minuto uno. Era, además, un hombre de negocios con gran olfato empresarial y financiero.

Cómo murió Stefano Casiraghi, el gran amor de Carolina de Mónaco

La gran afición de Stefano Casiraghi era la velocidad en todas sus modalidades, sobre todo en el mar. Aún así, participó en carreras de coches como el rally París Dakar y dicen que hasta tuvo algún pequeño accidente mientras llevaba a Carolina de Mónaco en su lancha súper rápida. Competía en offshore clase 1, la llamada Fórmula 1 del mar, como poseedor del récord mundial de velocidad de la época, establecido por Casiraghi en 1984 en 278,5 kilómetros por hora.

Stefano Carsigahi, sin vida después del fatal accidente

El accidente se produjo durante la segunda manga del Campeonato del Mundo de offshore, disputado en aguas del Principado. La competición se desarrollaba en tres pruebas: Dos cortas, sobre una distancia cada una de 172 kilómetros, que se disputaban de lunes a miércoles, y una tercera de 263 kilómetros, el próximo sábado. El campeonato se celebraba a lo largo del litoral monegasco entre Saint Laurent du Var y San Remo con la participación de 40 embarcaciones.

La clase I, en la que estaba enclavado el catamarán (embarcación de dos cascos) Pinot di pinot de Casiraghi, era la de barcos supermotorizados con motores de 250 hp de potencia y una eslora de casco entre 10 metros y cinco toneladas de peso. Sobre mar, la embarcación de Casiraghi, con cuatro motores, podía alcanzar los 200 kilómetros por hora, gracias a sus motores Seatek turbo diesel.

En 1989, Stefano Casiraghi se convirtió, por fin, en el campeón del mundo de su categoría. No podía llegar más lejos en la élite de su deporte, tan arriesgado y competitivo como la Fórmula 1. De hecho, el joven padre y marido de Carolina de Mónaco había decidido retirarse a los 30 años, en 1990, tras la carrera en la que intentaría revalidar su título de campeón mundial. Stefano quería decir adiós a sus años en la élite y, también, al elevado riesgo de la velocidad que exigía su deporte.

El 3 de octubre de 1990 era el día señalado en el calendario deportivo de Stefano Casiraghi para revalidar su título de campeón mundial de offshore. El mar parecía tranquilo en un día gris en Saint-Jean-Cap-Ferrat, la península privilegiada entre Cannes, Montecarlo y Niza. Su embarcación, la Pinot de Pinot (12,8 metros, cinco toneladas, dos motores de 800 caballos capaces de hacerla surcar el aire y el agua), encontró una ola inesperada. De repente, la lancha salió volando por los aires girando sobre sí misma, hasta chocar violentamente con el agua.

El copiloto, su amigo Pierre Innocenti, salió despedido de la embarcación, pero Stefano Casiraghi no logró salir de su asiento y recibió todo el impacto del golpe de la lancha contra el mar. Murió en el acto y no por ahogamiento, como precisó la autopsia y las posteriores investigaciones, que también descartaron un posible sabotaje. Fue el único consuelo que le quedó a Carolina de Mónaco, que se enteró del fallecimiento de su marido a 700 kilómetros de allí, en París, donde pasaba unos días con su amiga recién casada Inés de la Fressange.

Las imágenes de Carolina de Mónaco destrozada en el entierro de Stefano Casiraghi, sujetada por su padre, el príncipe Rainiero, fueron las últimas de la hija mayor de Grace Kelly en varios meses. Reapareció en la fiesta del Principado el 19 de noviembre, pero no pudo llegar al final de la misa. Tuvieron que ayudarla a llegar a un coche oficial que la sacara de la catedral de Montecarlo. Se retiró entonces a la Provenza francesa, en un exilio rural que duró dos largos años.

Fuente: Mujer Hoy

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