El navío fue atacado por el ejército de Estados Unidos durante la invasión de Irak en 2003, y pese a su aspecto, ahora es un punto de interés turístico. Foto AS.com

El dictador iraquí presumía de dos yates de 82 y 106 metros de eslora, respectivamente. Uno de ellos, con sus salidas secretas y sus cristales blindados

En 1981 el dictador iraquí Saddam Hussein recibió un superyate para su uso personal: 82 metros construidos por Helsingor Vaerft en Dinamarca. Se trataba de una bestia de sofisticado exterior, alimentado por unos motores de 3.000 caballos de potencia y cuatro generadores que comían hasta 200 toneladas de diésel (que hoy, a precios del Golfo Pérsico, implicarían un gasto de entre 30.000 y 80.000 euros cada vez que llenásemos el depósito ) . Sólo en el astillero danés, costó 25 millones de dólares de la época (unos 70 millones de euros al cambio actual) , interior aparte.

Empezando por el nombre original: Qadissiyat Saddam, que era el como el dictador había bautizado a lo que el resto del mundo conocimos como la Guerra Irán-Irak, que se prologó desde 1980 hasta 1988. Sí, Hussein le puso su nombre a una guerra, y después a un superyate de lujo.

Un superyate al que dotó de grifos y otras molduras de oro macizo, muebles de caoba, vajillas rococó, portillos antibalas por si las moscas, un lanzador SAM de misiles tierra-aire para las noches más disfrutonas… Y hasta una ruta de escape que llevaba a un minisubmarino con el que escapar de cualquier intento de asesinato. Elementos todos que se combinaban en un yate pensado para entre 28 y 35 invitados, alojados en dormitorios dotados con camas con bisel y una amalgama decorativa de moquetas coloridas y motivos de ataurique que hizo que algunos entendidos lo llamasen “una mezcla entre Babilonia y Las Vegas”. Una joya kitsch de la macroingeniería naval. Con misiles.

Los muchos dueños (y nombres, y ocupaciones) del superyate

El problema, claro, es que Irak e Irán estuvieron en guerra ocho largos años. Y el dictador no quería que su bebé sufriese daños, así que lo fue moviendo por aguas de Oriente Medio (estuvo años anclado en Omán) hasta regalárselo al rey Fahd de Arabia Saudí. Ël lo rebautizó como Al-Yamamah, [la Paloma] pero que, en cuanto vio que el paseo le salía por decenas de miles de petrodólares -que los daneses le estaban haciendo a su familia uno casi el doble del grande- y que Irak ya no era un amigo porque había invadido Kuwait, se lo encasquetó a otro Hussein, el rey de Jordania. Su hijo, Abdalá II, se deshizo de la herencia tras la muerte de Huséin I en 1999 como es debido: mandándolo al retiro en un puerto de lujo francés con una serie de compañías testaferras interpuestas sin que nadie supiese muy bien de quién era ese extraño barco antibalas. Lo que hizo que el mundo le perdiese la pista al yate.

El yate ‘Basra Breeze’ de Saddam Hussein, en 2008 en Saint Jean, Francia. GETTY IMAGES

Especialmente Saddam, que había decidido celebrar la “victoria” sobre Irán [narrador: no ganó nadie] con otro megayate, Al-Mansur. Construido en 1982 en Finalndia. Sí, seis años antes del fin de la guerra. Y sí, nombrado como el Almanzor que dimos en el colegio: “el Victorioso” líder militar del Califato de Córdoba. Al-Mansur, a diferencia del primero, pertenecía a la Armada iraquí pero, seamos sinceros: lo usaban Saddam y su familia. Era más o menos igual de hortera que el primero, tenía las mismas medidas de seguridad de misiles y helipuertos y submarinos, más un hospital y quirófano a bordo, y contaba con más equipamiento bélico todavía en sus 106 metros y su comedor para 200 invitados. Combinados por supuesto, con marfil de elefante, maderas exóticas, plata, oro, terciopelos y un largo etcétera del lujo entremezclado al gusto del dictador. Es decir, al azar.

El tiempo verbal que usamos viene porque en 2003, en los primeros compases de la invasión de Irak, en la Segunda Guerra del Golfo, dos F-14 Tomcat que sobrevolaban el Eúfrates recibieron la instrucción de atacar el buque insignia de la Armada iraquí , el más grande de toda la flota. Al-Mansur ya se había llevado minutos antes el impacto de un misil Maverick de 135 kilos de explosivo por parte de un S-3 Viking estadounidense, y los Tomcat lo despedezaron de cubierta para arriba con cuatro bombas Mk 82 de 87 kilos de explosivos cada una. La intención no era hundir el yate, sino dejar al Victorioso convertido en una ruina llameante.

Se llamaba 'Victorioso'.

‘Al-Mansur’ en 2003, tras el ataque de dos F-14 estadounidenses contra el yate, a principios de la Segunda Guerra del Golfo.

En 2006, con la guerra finalizada, el Victorioso desapareció finalmente en Basora, convertido en chatarra. Saddam murió meses más tarde. Las famosas armas de destrucción masiva que propiciaron esa guerra nunca aparecieron. ¿Y el yate original?

Fue localizado en 2005 donde lo dejó Abadlá II: en Francia. Iniciando una larga batalla legal por su posesion y destino, dado que su primer dueño había dejado una considerable deduda con el mundo. Francia e Irak litigaron por su posesión, ambos países intentaron vender el yate y, finalmente, el gobierno iraquí decidió rebautizarlo como Brisa de Basora y liquidarlo por unos 30 millones de dólares.

Pero aunque le cambies el nombre, el mundo sabía que era un navío manchado y maldito por el nombre de Saddam. Nadie en los últimos 10 años (y han sido unas cuantas subastas distintas ya) ha querido hacerse con este superyate entrado en décadas. Con lo que el gobierno iraquí le ha ido dando distintos usos. ¿El penúltimo y más curioso? ¡Buque de investigación científica marina! Todavía con sus vajillas finas y sus muebles caros y sus televisiones de tubo y su cine, el Brisa de Basora ha recorrido el mar por la ciencia como el más extravagante barco jamás destinado al estudio de la biología marina.

Pero antes que de los precarios científicos piensen en sacarse el visado, malas noticias. De los tres buques de investigación con los que cuenta Irak, hay uno que sale un poco caro. El Brisa de Basora. Así que el gobierno iraquí -tras otro intento más de venderlo y que nadie lo quisiera- lo ha amarrado en Basora definitivamente donde se convertirá en hotel para los pilotos empleados del puerto que se encargan de guiar los buques cuando llegan y salen del mayor puerto del sur de Irak.

Por cierto: Saddam nunca llegó a poner un pie dentro del Brisa del Basora.

Fuente y fotos: Revista Vanity Fair

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