Naufragios en Rocha, Uruguay

Juan Antonio Varese habla de pesquisas e intercambios detrás de una nueva edición de su libro De naufragios y leyendas en las costas de Rocha, donde el atractivo va más allá del turismo.

La cara más conocida y difundida de Rocha son las playas. Sin embargo, existen historias de barcos que terminaron encallados en las costas o en aguas cercanas que provocan tanto o más interés en sus balnearios. De naufragios y leyendas en las costas de Rocha (Aguilar), que se lanzó a fines de 2021, es la tercera versión de un libro que tuvo otras dos ediciones. Su autor, Juan Antonio Varese, dijo que siente “orgullo” cuando ve que nuevas generaciones escriben relatos que se basan en los hechos que investigó.

Los borradores de este libro, que se publicó por primera vez en 1993, datan de la década de 1980. El memorialista tiene un vínculo con las costas de Maldonado a través de su familia, pasó varios veranos allí, y su afición por cuantificar naufragios se fue afianzando con los relatos que escuchaba y la presencia constatable, en ocasiones, de restos de barcos en la costa atlántica. El escribano apunta que entre las ediciones de 1993 y 1998 cambió la forma de narrar los hechos, de transcribir datos a contarlos en una historia, aunque los sucesos elegidos en ambos casos fueran los mismos.

En la primera parte del libro expone naufragios en la ensenada de Castillos, en Cabo Polonio y en el cabo Santa María (La Paloma). En esos tres puntos geográficos fue donde se produjo la mayor cantidad de naufragios en las costas de Uruguay.

En el segundo tramo de la publicación incluye materiales del archivo que fue armando durante estos años. De allí tomó, por ejemplo, entrevistas realizadas a dos buzos, que cuentan detalles de los pecios encontrados –pecio es lo que resta de una embarcación hundida–. Conjugó estos testimonios con cartas de lectores, artículos y conferencias, más lo que suman aportes de colegas investigadores. El escritor señala que algunos lectores le “contaron cosas, otros pidieron información, hubo otras personas que relataron anécdotas” que los tienen de protagonistas, y en otras instancias fueron los lectores quienes conocieron cómo llegaron sus antepasados a las costas de Rocha a través de las páginas del libro.

Destacó la entrevista que mantuvo con un cuidador de barcos que tenía oficio de pescador, al que le “prometieron plata por cuidar unos pesqueros abandonados, se fue al lado de los restos y se instaló con su perro y su familia, y decía que no lo iban a sacar hasta que le pagaran”. Sobre esa situación, concluyó que a veces hay personas que se encariñan con los barcos, los botes y el equipamiento vinculado al mar, lo que los vuelve alguien “aferrado a las cosas sin importarle las consecuencias”.

Al referirse a otras fuentes de la investigación, indicó que tuvo muchos aportes de archivos de prensa de la Biblioteca Nacional, del Archivo Histórico Nacional, de las bibliotecas departamentales, así como de diferentes residentes de las costas rochenses, que también le alcanzaron objetos.

Todos estos materiales, según el autor, forman parte del archivo “J Santos”, utilizado para la segunda parte del libro. Ese repositorio es atribuido a un personaje que guía el relato y a quien el autor describe como un docente jubilado. Dicho archivo contiene información sobre distintos temas: desde gastronomía hasta historia, sobre tratados de límites o sobre desarrollo de la navegación en la laguna Merín.

J Santos es el protagonista del libro, un profesor de Historia que investiga los naufragios y los discute con otras fuentes (con nombres ficticios) que viven donde sucedieron los hechos.

Al ser consultado sobre las bases de sus relatos y el equilibrio entre el aporte documental y de narraciones orales, Varese afirmó que quiere llegar a quienes les interesa la historia –ya que es integrante del Instituto Histórico Geográfico y de la Academia Uruguaya de la Historia Marítima y Fluvial–, pero que también le importa el testimonio porque le “da vida” a lo que estudia. Dijo que llega “mucho más la historia” cuando la cuenta “alguien que la vivió”. En definitiva, dice que les agrega “una cuota de magia” a sus trabajos para que eso suceda.

Luces en la mar

“El infierno de los navegantes” fue como se denominó al Río de la Plata, a partir de lo expuesto por el marino francés A Boucarut en el primer Manual de navegación, publicado en 1857. La zona que se advierte más conflictiva de navegar es donde empieza el océano Atlántico: allí ocurre un “choque de aguas” con el Río de la Plata, una línea que cruza “desde Punta del Este hasta el cabo San Antonio, en Argentina”, detalla el escribano.

En virtud de la gran cantidad de naufragios, surgió la idea de colocar luces y señales para una mejor navegación por las costas uruguayas. La lista de faros, según informa Varese, incluye uno levantado en 1802 en el Cerro de Montevideo, otro en 1829 en la Isla de Flores (frente a la capital), se agrega uno más en Colonia del Sacramento en 1857, al año siguiente se instaló un faro en la isla de Lobos (que funcionó durante poco tiempo). El libro señala que se incendió e instruye que fue “de vida muy efímera por la poderosa influencia de los Lafone, concesionarios de la matanza lobera, quienes arguyeron que la potente luz espantaba a los animales en celo. Dos años después el faro se trasladó a la torre que se había construido en la punta del Este, por entonces totalmente desierta”.

Les siguen a estos en 1869 el faro de La Panela (Montevideo), en 1870 en la isla Farallón (Colonia del Sacramento), en 1874 en el cabo Santa María (La Paloma, Rocha), en 1877 en José Ignacio (Maldonado), y finalmente en 1881 en Cabo Polonio (Rocha).

Herencia de autores

El libro contó con la colaboración de la investigadora brasileña Daniela Sallet y del periodista residente en Chuy Richar Ferreira. Ambos aportaron textos relacionados por investigaciones sobre el naufragio del Tacuarí (la imagen que ilustra la portada del libro), frente al faro de Cabo Polonio, en la que cuentan detalles pero también dejan lugar a dudas y una investigación inconclusa, lo que provocó que lugareños idearan toda clase de hipótesis.

Al hablar sobre las nuevas generaciones, el autor expresó sentir orgullo de que escriban historias basadas en sus relatos y puso dos ejemplos: El misterio del barco hundido, de Luciana Servetto, y Voces de la ensenada, de Juan Font.

De naufragios y leyendas en las costas de Rocha supera los 50 relatos, entre los más de 180 siniestros marítimos que tuvieron por escenario las costas rochenses entre 1516 y 2000. Varese los enumera al final del libro; sucedieron en la ensenada de Castillos, en el cabo Santa María y en Cabo Polonio.

Aquellos naufragios repercutieron de distinta manera en algunas localidades rochenses. Uno de ellos fue ponerle Leopoldina Rosa, tomando el nombre de un barco que naufragó, a una plaza de Barra de Valizas. Fue por iniciativa de sus habitantes que, mediante un acta con más de 100 firmas, se reunieron el 27 de febrero de 1990 para formalizar la decisión.

Otra derivación tiene que ver con la biblioteca de Castillos: en su centenario (el 15 de octubre de 1980) los vecinos eligieron que se la nombrara Pedro Amonte (era Annacker antes del cambio), uno de los tripulantes que naufragó en la embarcación Bessie Stanton en la barra del arroyo Valizas.

El motivo de dicha elección fue que este nuevo habitante de Castillos fundó diferentes establecimientos con los que la localidad no contaba hasta ese momento: una escuela de varones, una banda de música, la imprenta, una casa fotográfica, un botiquín, un hospital (atendido por su esposa, Bernardina Olivera), aparte de que fue el primer forestador de la zona.

Por otra parte, el autor consideró que sería importante hacer un museo de naufragios y sugirió que podría instalarse en Cabo Polonio, ya que allí pasaron los incidentes más famosos, o en La Paloma, porque cuenta con la infraestructura necesaria. Varese promete incluir “los restos de los barcos, fotografías, testimonios grabados, objetos recuperados” de su colección para que haya un mayor conocimiento de esos hechos. El escritor afirma que el “verdadero oro son los pecios”, a los que describe como “cápsulas del tiempo que permiten la investigación histórica”.

Relatos inconclusos

¿Sobre qué hechos le costó especialmente obtener material? El escribano asegura que hay historias de “barcos fantasmas frente a las costas de Rocha” pero que, al no tener la información completa ni datos exactos, no las incluyó en el libro. Se refirió también a restos de barcos que están en la costa del Chuy o en La Coronilla, en la zona del cerro de Pescadores, sobre los que tiene que indagar más.

Ni estos relatos ni los publicados en el libro forman parte de la historia oficial, que suele enfocarse en las batallas terrestres y en las tramas políticas que derivaron en la conformación de Uruguay.

Fuente: La Diaria

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